Los que fueron los Padres de nuestra Religión seguían la luz de oriente, la de aquellos antiguos monjes que, caliente aún en sus corazones el recuerdo de la Sangre recién derramada por el Señor, llenaron los desiertos para dedicarse a la soledad y la pobreza de espíritu. Por consiguiente, los monjes del claustro, que siguen este mismo camino, conviene que vivan como ellos en yermos suficientemente alejados de toda vivienda humana, y en celdas libres de todo ruido, tanto del mundo como de la misma Casa; sobre todo, que permanezcan ajenos a los rumores del siglo.
Quien persevera firme en la celda y por ella es formado, tiende a que todo el conjunto de su vida se unifique y convierta en una constante oración. Pero no podrá entrar en ese reposo sin haberse ejercitado en el esfuerzo de duro combate, ya por las austeridades en las que se mantiene por familiaridad con la cruz, ya por las visitas del Señor mediante las cuales lo prueba como oro en crisol. Así, purificado por la paciencia, consolado y robustecido por la asidua meditación de las escrituras, e introducido en lo profundo de su corazón por la gracia del Espíritu, podrá ya no sólo servir a Dios, sino también unirse a Él.
(Estatutos 1.3 1-2)
En estos párrafos de los Estatutos de la Orden, se refleja claramente cual es el sentido de la vocación cartujana: servir a Dios y unirse a Él, introducido en lo más profundo de su corazón. Para ello, los monjes y monjas cartujos, hacemos lo mismo que los Padres del Desierto en los primeros siglos del Cristianismo; nos retiramos, para dedicarnos a la soledad y pobreza de espíritu, pues sabemos, que este es el camino más conveniente para desarrollar la vocación para la que hemos sido llamados.
Para conseguir esta soledad, nos apartamos del mundo mediante la clausura de nuestro monasterio (desierto) y nuestras estancias en la celda. La celda, nos proporciona las condiciones necesarias para que se desarrolle en nosotros la soledad interior, o pureza de corazón, y el silencio interior que permite estar vigilantes, atentos, centrados a la llamada y venida del Señor.
La soledad interior es un proceso espiritual por el que se aleja uno del interés por las cosas materiales que lleva a sentir y a considerar a Dios como lo único necesario e importante. Es un proceso que, en la cartuja, denominamos «quies» y que podemos traducir por el sosiego o reposo espiritual.
El ambiente de soledad y silencio interior, la atención tranquila y sosegada de la mente en Dios, favorecida por la oración y la lectura pausada, llevan a ese simple, gozoso y «santo reposo» que nos hace sentir la belleza de la vida eterna.
Para favorecer la consecución ambiental de soledad y silencio, que favorezca la realmente importante, que es la interior de la persona humana, las cartujas se edifican en lugares apartados y sus construcciones proporcionan, en lo que es posible, el aislamiento necesario para permitir «…la tranquila escucha del corazón, que deja entrar a Dios por todas sus puertas y sendas» (Estatutos 4,2)